Centro de Memoria Histórica del Colegio Madrid

JOSÉ ALBERT RICO

Querido Cole: recordarás los ya, muy lejanos inicios del año 53.

Aunque no eras de mi agrado, vi por primera vez tus jardines por imposición…me esperaba un mundo lleno de sorpresas. Se me abrieron tus puertas de hierro, seguramente de fabricación francesa, como se estilaba en los años de la dictadura Porfiriana. Miré fijamente el letrero que se presentó sobre mi cabeza…un letrero arqueado, en el que albergaba las palabras: Colegio Madrid…eran minutos antes de las 8 de la mañana. Por vez primera, pisé tu camino asfaltado, flanqueado por hermosos jardines, que daban vida a enormes fresnos y a cuidados rosales.

Un señor de grandes manos, tomó la mía, y con voz de trueno, me dio la bienvenida y me enfiló hacia el bello edificio, que otrora fuera el hogar de José Ives Limantour, designado Secretario de Hacienda y Crédito Público, por el presidente: Porfirio Díaz. Me dejó en una de las filas de alumnos, prestos a entrar al salón de clases. Era la de sexto de primaria. Fuiste testigo, de aquel niño con rostro angustiado y lleno de imágenes deleznables; producto de monjas y señores de oscuros trajes y rosario al cuello. De colegios confesionales que también habían hecho huella de mi imagen en casa…te pregunté, si contigo sería lo mismo.

Subí por una escalera majestuosa de madera. Me invitaron a sentarme en uno de los lugares de una pequeña mesa para cuatro chicos…entre otros Manuel San Vicente Fernández y Roberto Martín Juez, me dieron su mano.

Escuché la primera orden de inicio de clases. ¡ A la fila con la caligrafía y la tarea! Voz enérgica, emitida por un señor de bata blanca, cabello escaso del mismo tono, entrado en años y de aspecto impecable y venerable sin lugar a dudas.

Miradas inquisidoras de los que después serían, mis queridos amigos y compañeros…me indicaron con rapidez y lejos de la mirada del profesor, cuál era el mecanismo.

Nunca olvidaré esa ordenada fila de chicos con rostros prestos al combate de conocimientos, y a ocupar la mejor posición…que sería el orgullo de su persona, sin que mediaran oraciones y rezos…empecé a respirar a grandes bocanadas los aires de libertad.

Recordarás las hermosas mañanas en tu compañía, leyendo a diario el registro del termómetro, y anotarlo junto a la viñeta con la fecha y el tiempo que imperaba. Las llegadas mañaneras a tu casa, ya no eran de angustia y zozobra…eran a llegar al reto, al combate diario y llenarse de conocimientos, que serían las armas para hacer frente al futuro. Era el disfrutar con admiración y respeto al gran señor de bata blanca, que con grandeza y cariño, a diario nos nutria de conocimientos, envueltos en el combate que en adelante nos acompañaría en la vida.

Recuerda que te narraba como llegaba a casa con la alegría, otrora perdida…y que empecé a usar la fila imaginaria de combate en casa con la familia, para ganarme mi lugar también perdido por aquellos años negros llenos de angustia.

Querido cole: ese gran señor de cabello escaso, blanco y de figura venerable, me llenó de espíritu combativo impregnado de nobleza.

Ese: ¡a la fila!, ha sido mi estandarte ante la vida. Ese estandarte que lleva el nombre de aquel gran señor, y que alberga mi corazón. Ese gran señor se llama: José Albert Rico… ¡gracias gran señor! Que también me llenó de alegría y me cambió la vida.

Querido cole, recordarás un claro día, frente a tú edificio y a la placa de despedida que ya ocupaba tú pared, y que rezaba: “Con Agradecimiento al Colegio Madrid, Generación 58”…era la despedida. Ese mismo día, me prometí regresar, a darte las gracias y colocar otra placa, reunir a mis compañeros de clases y recordar a Don José Albert Rico.

Querido Colegio Madrid: me falta uno de estos compromisos: ir de nueva cuenta ¡a la fila!…ahora a honrar el recuerdo de aquel maravilloso gran señor: Profesor José Albert Rico.

José Raúl Villarreal Oyanguren.
Alumno de 6o grado 1953.